miércoles, 8 de octubre de 2008

La última revolución. ¿Música para privilegiados?

http://www.youtube.com/watch?v=kf8TM4CIk5g

Las múltiples variantes que ha sufrido la forma en que oímos música son sorprendentes. Después de años de depender del formato físico, ahora podemos obtener casi cualquier cosa, gratis y sin ocupar espacio físico, apenas megabytes en el computador. Del vinilo al cassette, de allí al CD y del CD al iPod...con las variantes que hubo en el medio: el DVD audio, el SACD, el mini disc, etc. Todos conviven, unos más vigentes que otros. Lo cierto es que la forma en que concebimos la música, y en especial la forma en que la obtenemos y la valoramos, ha cambiado sustancialmente. Cabe preguntarse si, de tan fácil que resulta obtenerla, la música no estará perdiendo algo de su valor.

Hasta hace poco más de un siglo,la música era un privilegio que dependía de poder estar en el lugar indicado, en el momento indicado: ya fuese para asistir a un recital de un gran intérprete, o de un compositor famoso (verdaderas estrellas en su momento, guardadas las proporciones), hasta escuchar a un juglar peregrino, dependían del azar o de la posición social. En los siglos XVIII o XIX los festivales musicales eran eventos tan exclusivos y apetecidos como el mundial de fútbol o las olimpíadas, con la diferencia de que entonces no había transmision en directo. La música era un privilegio. Fue hasta el siglo XX que el sonido grabado permitió democratizar el goce de la música. Primero, los discos de 78 rpm que almacenaban muy poca música; luego los de 45 y finalmente los larga duración de 33 1/3 rpm, a mediados de los años 50. Pareja con la evolución del sonido grabado corría la evolución de la reproducción del sonido. Entre los 60 y los 80 se produjeron verdaderos prodigios del audio: los equipos de sonido con amplificación y nitidez perfectas, las tornamesas y las agujas de precisión matemática, los decks para grabar y reproducir en cassette los vinilos. Las casas disqueras se empeñaron en responder a la altura de las maravillas de la reproducción, y prensaron vinilos de calidad que hoy día aún sorprende. Con un poco de suerte y paciencia se pueden encontrar por ahí vinilos de la Deutsche grammophon, Phillips o Decca, que en una buena tonamesa suenan mejor que muchos cd's actuales.

La evolución del sonido continuó y llegó el compacto. Las conveniencias de espacio y mantenimiento, sumados a la gran calidad y brillo del sonido, parecían haber sentenciado la muerte del vinilo. Igual que con los discos negros, escuchar un cd prensado en los 8o, de música clásica o rock, resulta un placer por la calidad de las mezclas: dependiendo de si la grabación se hizo en medios análogos o digitales, así como la masterización y la edición, vino la famosa clasificación en cd's AAD, ADD o DDD, siendo estos últimos los que usaban un soporte digital para la grabación, la edición o mezcla y la masterización. Pero también fue posible recuperar viejas grabaciones que sólo algunos privilegiados almacenaban en sus discotecas: grandes grabaciones clásicas, de jazz, de rock, blues, folk, y en general todos los géneros cultos o populares, empezaron a ser asequibles, primero a un precio elevado, luego cada vez menos.

Hasta aquí, la música ha recorrido el largo camino entre las audiencias exclusivas y sometidas al privilegio o al azar, hasta la posibilidad de ser reproducida en cualquier momento, en cualquier lugar, por cualquiera que pueda pagarla, en un Hi-Fi o en un discman tamaño bolsillo. Una verdadera revolución. Quienes coleccionan pilas de acetatos o cd's pocas veces entienden la suerte histórica que les tocó, al poder escoger entre oir a un cantante italiano de los setenta, una ópera de Puccini, un cuarteto de cuerda de Béla Bartók, un concierto de Bob Dylan o una misa de Palestrina. Todos los estilos, las épocas, los géneros, pueden convivir en el espacio de unos metros, para cobrar vida con oprimir un par de interruptores. Pero una revolución mayor faltaba por llegar.

Mientras escribo esto, me descargo a mi computador un disco en vivo de Ten Years After. Siguen algunos de Blue Cheer, Eric Burdon & The Animals...Valga decir, sólo con fines de provisionalidad, mientras puedo darme el lujo de conseguir el original (en CD; el vinilo lo tengo reservado para la música clásica). Y es que Internet, la mayor revolución cultural e informativa desde Gutemberg, ha hecho posible lo que hasta hace veinte años era privilegio de coleccionistas y melómanos adinerados. Tener juntos todos los géneros, los estilos y las épocas, y ahora sin ocupar ni siquiera unos metros: sólo las pequeñas dimensiones de la caja del computador, y eso es un decir: en cualquier momento, horas de música se pueden guardar en un DVD de 12" o en una memoria USB de 2 cm. Increíble.

Y no se trata sólo de la posibilidad de almacenar, para mí lo más importante es la capacidad de conseguir música que probablemente de otra forma no tendríamos ni la posibilidad de conocer. En muchos blogs, que alguien llamó verdaderas ONG'S de la cultura, se pueden descargar álbunes completos de bandas de rock que ni en sueños se consiguen en las tiendas de discos, aún las especializadas. Esto da, ante todo, la posibilidad de conocer, escuchar y tomar después la decisión de comprar o no el disco. Si algo es muy bueno, vale la pena tener el original; si es muy malo, o simplemente no nos gusta, ya lo sabemos cuando tenemos el CD al frente. Pero nada iguala el placer del original ocupando un espacio físico, con su portada, letras, fotos, esa estantería que cada noche al llegar promete horas de felicidad, en vinilo, cassette o CD (Además del placer de buscar, y encontrar esa joya o esa rareza tan esperada, abrirla, oírla por primera vez). En todo caso, la búsqueda de música en Internet ofrece una alternativa fabulosa para conocer, para acrecentar nuestra cultura y enriquecer nuestro gusto musical. Pero se convierte también en la muerte de la música como arte, cuando la consigna es apenas llenar Gigas y Gigas de información, sin darse el tiempo de escuchar, de conocer, de valorar y comparar. Hoy día la gente acumula miles y miles de canciones, sin saber en muchos casos quién las interpreta, a qué álbum pertenecen, en qué año se grabaron, quién y porqué las escribió. Uno escucha diferente a Janis Joplin, a Syd Barrett o Kurt Cobain, cuando entiende cómo sus canciones expresan un mundo interior, y así mismo, una relación con el exterior.

La pésima calidad de sonido del 80% de los archivos que se descargan de Internet, sumada al afán por acumular datos vacíos en un disco duro (la música almacenada de esa forma no es música, es información digital, unos y ceros sin alma), están amenazando seriamente a la música como manifestación artística y cultural. El blues cósmico puede estar al alcance de todas las manos, pero no todos los disfrutamos igual. Tanto en los siglos precedentes, cuando no había acceso a la música, como ahora, cuando cualquiera puede obtener cualquier canción en cualquier parte, la música le ha pertenecido a los privilegiados: a los que podían pagarla, primero. Ahora, a los que podemos valorarla, disfrutarla y gozarla como lo que es: una forma de felicidad.

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