jueves, 2 de julio de 2009

DESEMPOLVANDO RECUERDOS. DE CASSETTES Y OTRAS RELIQUIAS.

Qué triste puede ser el progreso. Cosas que apenas hace unos días nos emocionaban, hoy nos dejan indiferentes y a veces hasta nos parecen obsoletas. La tecnología, a medida que avanza, nos vuelve más desmemoriados, más inconcientes de lo que la mente ha logrado crear. La tecnología, esa maravilla, que hace posible lo que para nuestros abuelos, nuestros padres, o para nosotros mismos hace un par de años, era impensable.

Me imagino lo que debió ser la revolución del sonido grabado hace poco más de cien años. En tiempos en que oir música era un privilegio, un acto excepcional, la posibilidad de tener las grandes obras de la música clásica o las orquestas y cantantes populares famosos en el mundo, para oirlos en la casa, con la familia, en cualquier momento, debe haber sido algo revolucionario. Aún hoy en día me sorprende cómo de un círculo de pasta negra puedan salir las notas de música, como si los Beatles, Led Zeppelin, Pink Floyd o Von Karajan y la filarmónica de Berlín estuvieran aquí. Aún me gusta quedarme viendo girar el disco, a medida que la música suena, y tratar de entender cómo la aguja, al recorrer los surcos, hace surgir la maravilla. Me imagino que de haber puesto un poco de atención a la física de grado décimo, lo entendería sin problema. Pero no lo entiendo, lo cual en cierto modo me deja disfrutarlo más. Siento la misma fascinación por los cassettes y los cd's, el hecho de almacenar en un par de metros tanta felicidad para poderla oir cada vez que quiera.

Últimamente ando repasando mis cassettes, ese otro objeto magnífico que durante setentas, ochentas y parte de los noventa se convirtieron en un importante vehículo de transmisión cultural. Aún me sorprende su capacidad para ser regrabados, borrados, corregidos, modificados innumerables veces. Tengo grandes recuerdos de mi afición musical relacionados con los cassettes; como mi primer The wall, que me grabó un amigo del colegio hace...veinte años! Me lo grabó en una cinta de 60 minutos, desde luego incompleto, pero todavía a veces, cuando vuelvo a escuchar The wall en alguna de las presentaciones que tengo, en cd o en vinilo, me acuerdo de oir ese cassette una y otra vez, en un walkman Sony azul que me compró mi papá, debajo de las cobijas, feliz ante semejante maravilla. Me acuerdo de la casa de los hermanos William, Nilson y Diubán Sierra, melómanos, rockeros y grandes amigos los tres, a donde me iba después del colegio a escuchar los discos de Led Zeppelin, Queen, Supertramp, Pink Floyd, que les mandaban los hermanos mayores desde Estados Unidos...y claro, a grabarlos en cassette. En esa época un TDK valía $500 y un Sankey valía $300. Si era de noventa minutos se podían grabar dos discos en uno sólo y se hacían las combinaciones más insólitas. Todavía tengo unos cassettes grabados donde los hermanos Sierra, con música de Dire Straits, The Cure, Queen...

Me acuerdo también de Jorge Alberto Barón y su colección de cassettes de música clásica, de Colsubsidio unos y de Salvat los otros, que terminó regalando a gente que él mismo sospecha nunca los escuchó. Cuando conocí a Barón tenía una de las colecciones de Pink Floyd más completas que he visto. A mí me grabó algunas cintas con bootlegs que en esa época eran tan difíciles de conseguir, y que todavía conservo. Hoy en día tengo la discografía de Pink Floyd en todos los formatos, incluso algunas ediciones raras, como vinilos japoneses, cd conmemorativos, monofónicos, etc; los bootlegs se pueden descargar por cientos, de los blogs y páginas especializadas. Sin embargo, es muy rico acordarse de los tiempos en que tener la música era tan dificil, que cada vez que uno lograba conseguir algo era un verdadero motivo para celebrar.

En estos días he vuelto a oir mis cassettes originales: Toto, Dire Straits, Def Leppard, The Police, Sweet...toneladas de recuerdos, e incluso el proyecto de comprar un deck para escuchar mis viejos cassettes, y para conseguir más: Genesis, Cream, Phil Collins, Pink Floyd (sí, más copias de los discos que ya tengo). En fin, ganas de ir contra la corriente: mientras todo el mundo prefiere almacenar canciones por miles en un disco duro, yo sigo empecinado en que mi música ocupe un espacio físico, que su presencia sea más real. En estos días en que se murió el Rey del pop, leí que toda su vida quiso reconstruir la niñez que no tuvo. Quizá la nostalgia se trate de eso, de recuperar tanto lo que tuvimos como lo que se nos negó. Quizá coleccionar música sea un poco de eso.

Con el paso de los años, aquellos que no podemos vivir sin música vamos atesorando nuestras joyas, y a veces nos sorprendemos de poder tener todo eso con lo que antes apenas soñábamos, o que nos limitábamos a envidiarle a nuestros amigos: hoy en día reviso mi colección de Pink Floyd y no puedo dejar de recordar con cariño que hace veinte años ahorraba, guardaba los $300, compraba el Sankey y me iba para donde mi amigo Diubán Sierra para que me grabara alguna de las joyas que circulaban por esa casa y que nunca volvi a ver, y que me aguantaba las vaciadas de William, el mayor, que veía con cierta bronca a esos impúberes que se las daban de rockeros...con el paso del tiempo, uno va reuniendo los discos que siempre quiso tener, pero empieza a echar de menos a los amigos, y los discos se van convirtiendo, para bien o para mal, en los únicos amigos.

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